lunes, 27 de diciembre de 2010

El Color del Cristal con qué se Mira.


Hay un dicho popular que dice así: «Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira».

Muchas veces el concepto “verdad” se disfraza de mentira, o viceversa. Y es que, desde que nos sentimos con la capacidad de tomar nuestras propias decisiones, desde que existimos como seres con criterio, desde que adquirimos la capacidad de apreciar, nos llevamos toda una vida intentando discernir entre lo cierto y lo falso. La verdad es necesaria porque nos entrega la certeza y nos habilita dentro del orden que rige todo aquello que rodea y gobierna nuestra existencia.

Muchas veces la verdad se nos hace esquiva y nos pasamos la vida lanzando preguntas que no siempre encuentran respuesta, eso nos mantiene ignorantes. Hay quienes se preocupan por acercarse a las verdades compartidas, verdades avaladas por la sabiduría de quien se ha preocupado en saber. Otros, sin embargo, entienden la verdad como una, sostenida por un dogma de fe absoluto, relativizando todas las demás verdades. Es cierto también que la verdad es un concepto a menudo ambiguo y difuso, un poliedro multi faz, algo que se nos hace esquivo cuando con más intensidad lo buscamos. Pero aun así, con ello, o a pesar de ello, no nos queda otra que sostenernos en este mundo en un punto de equilibrio con base de certeza.

No es este un estudio reflexivo sobre el concepto “verdad”, o sobre su antónimo “mentira”, pero sí que, a modo de introducción, he tenido a bien considerarlo sobre un tema que nos ha suscitado la actualidad. Me estoy refiriendo a la manoseada “Ley Sinde”.

Yo sé que es estrecha y difusa la línea que separa ámbitos de libertad. Sabemos y aceptamos que la libertad de unos acaba justo donde empieza la de otros, pero, esa línea, muchas veces zigzaguea demasiado. Este es el caso. Internet ha supuesto la gran revolución de nuestro tiempo, una herramienta soñada que pone en nuestras manos cantidades inmensas de información. La Red está cambiando vertiginosamente las formas del tratamiento de la información, del acceso al conocimiento, y sólo por eso ya nos hace más libres, y todo ello está sucediendo a una velocidad vertiginosa, difícil de asimilar. Estos cambios traen consigo nuevos hábitos que afectan al modo en que desarrollamos nuestra vida, no sólo la de la colectividad, sino la del propio individuo que tiene la sensación de disponer de todo el conocimiento, de disponer, de utilizar todo aquello que puede precisar. Y así muchos son los procedimientos que están quedando obsoletos, y muchos los que lo harán a medio y largo plazo. En definitiva, cambios.

El mercado surge cuando alguien propone suministrar algo que otro demanda, así fue y en esas se ha desarrollado todo un entramado que, durante siglos, ha funcionado con cierta coherencia. Pero resulta que llegamos a la sociedad de la hiper información y se ha desembocado en la realidad perversa que hoy tenemos. Al disponer de la herramienta para comunicar, se crean productos en busca de consumidor, al que se le hace creer que tiene la necesidad de consumirlos. Bien, hasta aquí, nada nuevo porque en el siglo XX ya era evidente la sociedad del consumo, la cual, en el XXI, se nos presenta en versión corregida y aumentada: una sociedad que ya sólo se sostiene si el sistema sigue girando —quiero decir consumiendo—.

Pues bien, Internet puede llevar al grado supremo el consumismo, en tanto en cuanto permite, a costo casi o igual a “0”, difundir todos aquellos productos que un consumidor, cada vez más obsesionado por los buenos precios, pueda conseguir. Y así, todo se abarata, y se abarata más. Siempre habrá un país sin leyes dispuesto a producir todo aquello que pueda ser demandado; por supuesto utilizando mano de obra barata, formas de explotación que recuerdan los tiempos de la esclavitud. Y así se consigue sostener el mercado, sustituyendo calidad por cantidad (palabra que me he comprado una camisa por 5€ y no en rebajas). Y así, los precios bajan, y siguen bajando, hasta llegar a depreciarse irreversiblemente el valor de las cosas. Y todos felices mientras, sin pararnos a pensarlo, nos hemos puesto todos a mear contra la dirección del viento.

Sí, amigo, ya estamos ahí, con los zapatos mojados. Ya estamos en coste del producto igual a “0”. No es broma, esto es lo que ya pasa con los intangibles, con todo aquello que es susceptible de convertirse en un fichero digital. Y no pasa nada. Todos felices porque el campo no tiene puertas. Además: ¿Qué valor tiene una película? ¿Qué valor tiene un diseño informático? ¿Qué valor tiene un libro? ¿Qué valor tiene una canción? Ya era hora de que nos libráramos de la tiranía de la industria cultural que durante años nos ha estado obligándo a pagar precios desconsiderados. Por poner un ejemplo: hemos llegado a pagar hasta ¡8 Euros por una entrada de cine! cuando, con ese dinero, podíamos comprar hasta dos baldes de palomitas, rectifico, uno y medio, no es cuestión de exagerar. Y así, lo mismo con tantos y tantos productos que, “afortunadamente”, hoy ya podemos conseguir a golpe de un simple click en la Red de autopistas telemáticas propiedad ¿de quién?: de los que siguen siendo dueños del dinero, aquellos que también, hasta ahora, invertían en la industria cultural.

No quiero desvirtuar con sarcasmo el sentido de algo que me parece muy serio. Soy y seré siempre un defensor a ultranza de Internet y bendigo la inmensa sensación de libertad que me procura al permitirme saber y opinar de todo, y de todos, sin que hasta ahora, nadie, ningún estamento, filtre mis palabras. Pero acepto la responsabilidad en que pueda incurrir si ofendo a quien no puede defenderse. Para ello acato las leyes que regulan la convivencia que nos hemos dado, y sí, es cierto que no estoy de acuerdo con muchas de ellas, pero no hay que olvidar que, dentro de toda la imperfección que nuestro sistema legal pueda albergar, radica el hecho de que no hemos sido capaces de dotarnos de otro mejor.

La industria cultural es la que es, y puede que los acontecimientos le estén haciendo pasar por una cura de humildad que le debiera llevar a reflexionar si es que, antes de que todo esto se desatara, no había perdido los papeles. Espero que una profunda reflexión les haga reconsiderar su sentido original y les retroceda a su esencia: ser canalizadores del talento. Pero, nos guste o no, sin una industria cultural, la cultura, no encontrará cauces, y asumo lo que digo y con la contundencia que lo afirmo. Me parecen un montón de palabras difusas, respetables, por supuesto, las opiniones de los que dicen que hay que cambiar el modelo de negocio, que Internet se asocia perfectamente con los que no tienen acceso a otras formas de comunicación y que, gracias a la Red, puede un creador comunicar su existencia. No nos engañemos, ni el creador sabrá, ni querrá, sacar de su tiempo para dedicarse a informar de la existencia de su obra; un trabajo de hormigas, por cierto. Esto no fue así nunca: el pintor caminaba con sus cuadros bajo el brazo, pero lo hizo sólo hasta que comprendió que aquello le quitaba de pintar, y entendió lo útil que era considerar un socio que procurara una salida para sus obras mientras él se dedicaba a crearlas. A los músicos nos pasa lo mismo: si vendes, no haces música. Y eso es así. Tenga la dimensión justa y razonable que tenga que tener, apuesto por la continuidad del socio comercial que canaliza la salida de las obras a la calle, a la Red; para mí es una necesidad.

Se han dicho muchas cosas acerca de la Ley que se ha llevado al Parlamento. De verdad que he leído muchas de ellas porque, como todo el mundo puede imaginar, soy un afectado. He tratado de aproximarme a la verdad, a cuanta verdad hay entre los que sostienen que la Ley terminará por restringir los derechos de los consumidores, la libertad y otros derechos fundamentales de la ciudadanía, y no vislumbro como es que se pueda producir tal presunto daño. Pero como tampoco me siento poseedor de la verdad, seré cauto a la hora de juzgar tales opiniones. Pero sí que tengo una certeza que no quiero dejar de comunicar aquí, y es que, si no se interviene, el futuro que nos depara a los creadores, es ruinoso. No tengo demasiado arraigado el sentido de la propiedad, de veras que no, pero sí que me siento impotente cuando observo que cualquier usuario puede apropiarse de mi obra sin que yo pueda hacer nada. En definitiva, ¿qué valor tiene mi música si su costo en la Red es igual a “0”? ¿De qué vivirán los creadores en el futuro, cómo pagarán el costo de sus vidas? ¿Alguien tiene una respuesta esperanzadora? Lo agradecería. Nadie hasta ahora me la ha brindado.

El otro día, mientras desayunaba en la cafetería dónde suelo acudir cada mañana, el dueño me confesaba, con cara del que ha evitado pagar una cuenta, que se había bajado un fichero con cerca de 500 canciones. A la hora de pagar el café le dije, con un tono parecido al suyo, que había descubierto la forma de marcharme cada mañana sin pagar. Lógicamente me respondió, en tono amistoso, por supuesto, que eso era un robo y avisaría a la policía. Le respondí que de qué forma puedo yo denunciar a quien se queda con 500 canciones sin el permiso de sus dueños.

Y claro, ya sé que este es un discurso muy simple al que nadie se opondrá. «Tú también tienes derecho a ganarte la vida…» —me dicen—. Y yo pienso, sí, pero no podrá ser haciendo música.

La verdad y la mentira a través del cristal con qué se mira… Afirmo que éste es enormemente transparente e incoloro.

lunes, 11 de octubre de 2010

Fiesta Americana en Madrid


Hoy se han llenado las calles de Madrid celebrando la fiesta de América. Dicen que más de 500.000 personas andaban por ahí, no sé cómo se apañan para contarlos si no se están quietos. Sorprende mucho observar el gran colorido que despliegan y que tanto favorece al ocre de un Madrid otoñal.  La verdad es que a la inmensa mayor parte de ellos ya se les puede considerar gente de aquí, paisanos que por un día nos recuerdan sus orígenes y su sentimiento nacional, o el de sus padres. Pero el lunes cada mochuelo volará hasta su olivo, sin problemas gracias a la enorme integración que tienen dentro de esta sociedad que, una vez pasado el susto de la invasión, los considera igual que otro vecino más. Llegaron en busca de una vida mejor y, a pesar de las dificultades por las que atraviesa la economía española, la mayor parte de ellos dice haber encontrado acomodo entre nosotros. Por eso, aunque ahora vengan mal dadas, no nos dejan, se siguen quedando. Afortunadamente. 

Este año no he estado en la fiesta, pero reconozco que lo hice muy a propósito hace como un par de años. Para mí, que me declaro conocedor y enganchado a la América que se da de entre El Paso y la Patagonia, es un gusto observar a tanta gente, de tan distintas procedencias, cuyo origen y parentesco con los que hoy les acogen, nosotros, está escrito en la historia con una tinta que es mezcla de admiración y de odio. No se olvide lo que supuso la presencia española en el continente americano durante casi cuatro siglos. 

Lo cierto es que esa España que un día fuera causa de muchos sufrimientos para el pueblo indígena, hoy adquiere en dimensión conciliadora un papel aglutinador de todo lo latinoamericano. Y yo me siento orgulloso de que así sea. Esta tarde, en esta ciudad se daba una imagen paradójica: la unión de ciudadanos originarios de todos los pueblos americanos, festejando el orgullo de serlo sobre el suelo de la potencia que les colonizó a sangre y fuego, esa "Madre Patria", como por allá no se hartan de decir, más bien madrastra. Para mí, y para todos los que creemos en la posibilidad de una ciudadanía universal, verbenas como esta no significan mucho, pero todo lo que resulte ser un gesto de hermandad entre pueblos, es motivo de esperanza. 

En los próximos años, la mayor parte de las repúblicas americanas celebrarán el bicentenario de su creación, es decir su independencia de España.  Me temo que es una celebración algo confusa, porque ¿Quién se independizó de quién? ¿Los indios de los españoles? ¿Los indios del poder criollo? ¿Los criollos de la metrópoli? Muchas preguntas a las que la historia ya ha dado respuesta. Pero está claro que nadie se hizo independiente de nadie, entre otras cosas porque los pueblos nunca dejaron de estar subyugados por el poder, un poder ejercido por el que podía y quería ejercerlo: los que poseían las tierras, la riqueza, los medios de producción... y las armas; todo ello con la aquiescencia del señor Obispo y del inquilino de la White House. Y los indios mientras tanto ¿qué? ¿Cazando con flechas? No señor, corridos a balazos por praderas, valles,  montañas y selvas.

Mis antepasados se quedaron aquí, supongo que ordeñando cabras y labrando la áspera tierra manchega, por tanto, hasta donde yo sé, ninguno se embarcó hacia el Nuevo Mundo cuando éste se descubrió. Quiero decir con ello que no me siento, vía ancestral, culpable de las aberraciones que nuestros antepasados cometieron. Y así me he visto obligado a aclararlo cuando, por el hecho de viajar con pasaporte español, alguien de resentimiento trasnochado me ha lanzado alguna diatriba anti-colonialista. 

Sea como sea, fuera como fuere, lo cierto es que no hay amor más grande que aquel que surge a partir del odio. ¿Será por eso que nos queremos tanto?  

miércoles, 1 de septiembre de 2010

La Mirada Ausente

Marujita García nunca existió, pero tengo la sensación de que la he conocido. Es tan fresco su recuerdo que la puedo describir tal cual la observaba a la salida de misa de diez: un cuerpo mínimo dentro de un vestidito blanco de organdí con sus dos trenzas anudadas, cada una con un lazo azul, a juego con el que fruncía su cintura. Marujita observaba aquel ambiente con mirada ajena, como si nada fuera con ella. Sin soltar la mano de tía Luisa, modosita y paciente, esperaba que ésta saludase uno por uno a todos los concurrentes que, tras la ceremonia, se quedaban rezagados en aquella especie de plazuela acotada por una barandilla; la misma en la que los chicos más atrevidos del barrio, es decir, casi todos, los domingos por la tarde cuando se celebraba algún bautizo, cantaban aquello de: «Eche usted padrino no se lo gaste en vino…» Con ello provocaban el ser obsequiados con algunas monedas que rodaban por el suelo que, como mucho, daban para un chicle bazoca o para jugar una partida de futbolín a pierdepaga.

Marujita asistía al colegio de Santa Teresita, lugar dónde sería educada en forma y modo cristiano, lo que la calificaría con alta nota para a futuro ser buena madre y esposa, de educación religiosa; como diría la ya casi olvidada Cecilia. Y por supuesto que así fue. Uno a uno incorporó a su vida todos los preceptos que, si bien no le asegurarían la paz en este mundo, si que le reservarían un lugar en el Paraíso al lado de sus abuelitos, y de su mamá. De su padre tenía la certeza de que, el día que aconteciera su muerte, viajaría con billete pagado a las calderas de Pedro Botero, porque motivos no le iban a faltar al Supremo para condenarle, de lo cual ella se alegraba, pensamiento que siempre compensaba santiguándose a toda velocidad. El viejo militar no distinguía tropa, para él, todos, incluidos sus hijos, eran subordinados a los que había que conducir con mano dura. 

Una tarde de otoño, justo cuando a la puerta de casa cargaba con mis instrumentos, vi pasar a Marujita. Para entonces se había convertido en una bella joven de porte discreto a la que no se le conocían relaciones en el barrio. Enigmática, mantenía la misma mirada ausente de siempre. Poseía esa forma neutra de observar que tienen los que están sin llegar a estar. Iba acompañada de un tipo de buenas hechuras, bien vestido y de pelo muy corto, para lo que por entonces se llevaba, que supuse su novio. Ambos esperaban tomar un taxi en la esquina del Paseo de la Esperanza y sin venir a qué, nuestras miradas se cruzaron  enredándose durante unos dilatados segundos. No era la primera vez que eso había ocurrido. Marujita y yo nos escrutábamos con la mirada desde que fuéramos niños, pero nunca llegamos a intercambiar una sola palabra. Para mí ella era una incógnita que, de algún modo, estaba interesado en despejar, un enigma atractivo. En aquella ocasión tuve la sensación fulgurante de que, de aquellos ojos negros, brotaba la primera mirada concreta y expresiva que hasta entonces había podido observar en ella: juro que percibí un mensaje de auxilio que se me clavó en el alma. 

Hace muchos años que abandoné el barrio, tal vez fuera que el barrió me dejó a mí cuando, con diferentes destinos, mi madre y mis amigos lo fueron abandonando. Pero de vez en cuando necesito caminar por sus calles y me sumerjo entre los edificios buscando en ellos algún detalle que  refresque esa parte de la memoria donde se alojan las pequeñas e irrelevantes cosas que nunca fueron determinantes de nada, pero que cosquillean el alma cuando las redescubres. En esas tuve la sensación de observar la misma esquina dónde Marujita esperaba aquella tarde un taxi al que se subiría con el que, tiempo después, tomaría como esposo y fuera padre de sus dos hijas. Un “buen chico” que cumplió con la función de ser sostén económico de la familia. Gentil y cordial de puertas para afuera, resultó ser un  necio negado de sensibilidad. Pésimo como amante y como proveedor de leña para atizar el fuego del interés que estimula la complicidad y la atracción dentro de toda relación de pareja. Fue  incapaz de entender por qué ella no era feliz y se deslizó a través de un fundamentalismo cristiano que, de pretender acercarse tanto a Dios, terminó por distanciarse cada día más de su esposa. Ella dedicó lo mejor de su tiempo a sus dos hijas hasta que fueron grandes, y lo hizo justo en el sentido contrario del que ella había sido educada: el de la autosuficiencia. Obsesionada, hizo de ello la causa que diera sentido al hecho de seguir viva. 

Cuando las niñas, ya mayores, salieron volando, a Marujita le faltó el coraje suficiente para hacer lo mismo y escapar de un hogar que la asfixiaba. Apiadándose de él no fue ni capaz de odiarlo y permaneció en casa rodeada por un muro de silencio tras el que se encerró con la sola compañía de su angustia. 

Hace unos meses supe de todo esto cuando alguien, que la conoció de cerca, me contó que Marujita había dejado la vida envuelta en una terrible tristeza y, lo peor, con la certeza de que no esperaba alcanzar el Paraíso, consciente de que, de él, había pasado de largo en vida. 

Por supuesto Marujita no existió nunca, como bien has podido comprender...     

jueves, 8 de julio de 2010

¡Vibra España...!

¿Qué será que tiene esto del juego de la pelotita que levanta pasiones?...

Vi el partido contra Alemania en casa, con Esperanza, mi compañera, que no tiene nada de futbolera pero que, seguramente por si me tenía que asistir ante una crisis cardiaca, quiso estar a mi lado; otra explicación no tiene. Y es que, aún cuando reconozco que el ambiente está en las terrazas y en los bares, siento como que en la intimidad me puedo comer la uñas sin adelgazar un gramo mi imagen pública. Eso sí, nada más terminar el partido, agarré la avenida y caminé para participar del ambiente.

El espectáculo estaba servido: un pueblo de unos pocos miles de habitantes con todo el vecindario en la calle, como si fuera el primer día del triunfo de la revolución. Los conductores haciendo sonar el claxon de sus coches creaban estrépito. Muchos viandantes se saludaban como si no se hubieran visto en mucho tiempo. Españoles de los nacidos aquí y de los que han venido de fuera, estos últimos más españoles si cabe, y es que no hay mayor forma de hacer gala de integración que mostrar públicamente como propios los símbolos patrios del país de acogida. En fin, un espectáculo de alegría suprema, algo así como si a todos les hubiera tocado el premio gordo de la Lotería Nacional. Observando semejante comportamiento cívico, pareciera que la crisis por fin es cosa superada; que los empresarios contentos vuelven a la contratación; los parados al empleo; las putas al negocio y… los curas a sus misas Te Deum

En un mundo dónde las verdades absolutas (Dios, Gobierno, Banca, Partido Comunista, etc…), para la mayoría se convierten en entelequias vacías de contenido, la ciudadanía opta por alinearse del lado de mitos más efímeros, pero también más próximos y tangibles como es el caso del Futbol. De siempre habrá quien piense que este deporte es un opio que anestesia el dolor real de los pueblos; pues bien, tengo la sensación de que, si así es: todos somos drogodependientes.  

Mi doctora de cabecera, consultada por mi insomnio, me dice que me tome una pastilla antes de irme a la cama; me niego afirmando que no estoy dispuesto a adquirir dependencias. Me responde que deje de ver televisión, que me quite de leer el periódico, que haga más deporte, que deje de comer esto o aquello... Respondo que eso no lo puedo hacer. Entonces aprovecha y me desarma con su teoría: “la vida es un viaje en el que vamos acumulando dependencias en busca de la sensación de libertad” Ahora duermo como un bebé todas las noches tras recibir una pequeña dosis química.   

Con esto quiero decir que no hay por qué entrar en lo irracional que tiene volverse loco si la pelota entra. Es cosa tan estúpida que, de tanto, no merece la pena reflexionar sobre ello. Pero el tema es mucho más profundo. Tiene que ver con la necesidad del individuo por participar del logro de un anhelo compartido: la consecución de la victoria, sea ésta merecida o no.  

Bajo mi punto de vista, el futbol, el deporte en general, ha sustituido las ansias del ser humano, individual o colectivamente, por dominar al otro; antes lo hacía por medios cruentos, hoy a través de la competición regulada. Bienvenido sea el sistema que sirve para canalizar las manifestaciones violentas, propias de la especie que somos, bajo reglamentos que preservan tanto los márgenes de la victoria como los de la derrota. Ojalá fuera así en otras esferas. ¿Podemos imaginarnos una guerra en la que el reglamento prohibiera matar o humillar a los vencidos?...   

Me encanta una foto publicada en la prensa de hoy: se ve a Puyol, el defensa goleador, consolando en la derrota a Schweinsteiger, el bravo mediocentro teutón. 

Por todo ello, me afirmo futbolero y me alegro que mi tribu, a la que por carta de ciudadanía pertenezco, reconociendo implícitamente que no es ni mejor ni peor que otra, vaya a ganar el Mundial de Futbol.  

Amén.

http://www.elpais.com/fotogaleria/Semifinal/Espana/elpgal/20100707elpepudep_1/Zes/4

domingo, 20 de junio de 2010

Futuro Inviable

 

Tan difícil explicarle a un pez lo que ocurre fuera de la pecera, como difícil que nosotros seamos capaces de visualizar los límites del continente que nos contiene a todos: eso que llamamos Universo. Es complejo ir más allá de la verdad científicamente probada sin entrar en conflicto con el razonamiento inteligente. Hay quien deja todas las respuestas a un poder “supremo” que desvela sólo aquellas que nos son necesarias para la supervivencia, pero que se reserva «para otra ocasión» aquellas que tienen que ver con los planos más elevados del conocimiento. Me uno, especialmente en estos días, a José Saramago que califica nuestra existencia como un breve paréntesis entre dos nadas. Sin embargo seguimos pensando que somos más de lo que somos y, empeñados en una “evolución” insostenible, dejamos huella de nuestro paso por la vida; desgraciadamente, a menudo, maldita huella. 

Una vez más el precio del “progreso” ha sido muy caro: hemos vuelto a destrozar los océanos llevándonos por delante la existencia de millones de unidades de vida; especies con las que compartimos este hábitat cerrado que es la Biosfera. Y todo porque el “homo sapiens” resulta que no lo es tanto. Para los creyentes, Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Permitirme que dude de que un ser, al que atribuyen justicia infinita, diseñara un espécimen tan imperfecto. ¡Caramba que mal ingeniero!.

Me cuesta aceptar las verdades absolutas, de la misma manera que dudo hasta de mi propio criterio. Pero, con el paso de los años, he ido adquiriendo alguna que otra certeza que me lleva a una postura cada vez más crítica hacia lo que representa el ser humano moderno y la sociedad en la que nos desenvolvemos. De niño, ante algo que no comprendía, confiaba en que existía una inteligencia superior que vivía en la “planta de arriba”; ella era quien gobernaba el mundo velando por mi bien y por el de todos. Suponía que, poco a poco, se me irían desvelando todos y cada uno de los mecanismos que daban sentido a nuestra existencia. Pues bien, he crecido y, con gran decepción, he comprendido que en el “piso de arriba” no vive nadie; vaya, por decirlo de otro modo, que este barco no lo gobierna la inteligencia, son sólo un grupo de listos los que manejan el timón y a los que sólo les importa hacer la travesía en clase preferente. A ese grupo de privilegiados, para nada les preocupa el final del viaje; para entonces ellos ya habrán concluido su escala. 

El egoísmo, que es una forma de “inteligencia” al servicio del individuo, pero que niega a los demás, está controlándolo todo y decide cuales han de ser los siguientes pasos; por supuesto pasos tamizados a través del filtro de sus intereses. Por supuesto me refiero a un grupo de privilegiados situados en la cima del mundo, propietarios de un enorme poder sustentado en la riqueza. Ellos están diseñando la forma de nuestra existencia, con total impunidad. Crean nuestras propias necesidades, nos prestaron el dinero para materializar los anhelos y, con ello, consiguieron atraparnos dentro de un sistema que niega el derecho a experimentar otras formas. La sociedad, anestesiada, pareciera que acepta como irremediable que las cosas puedan cambiar y entretanto,  nuestras vidas pasan sin que podamos ejercer apenas control sobre ellas y, como residuo, entre todos estamos contribuyendo a destrozar un hábitat que no servirá a las generaciones que vengan después. ¿Hasta cuándo? ¿No debiéramos mostrar nuestra disconformidad?. Hemos de exigir a nuestros gobiernos que tomen parte e intervengan enérgicamente ante los poderes económicos que nos subyugan a todos, también a ellos.

Es necesario que se definan ya posturas que muestren que la democracia se inventó para poner el poder en manos de la colectividad y no en las de unos pocos. Definitivamente hemos de manifestar disconformidad con todo lo que está sucediendo, cada cual desde y cómo pueda hacerlo, pero que lo haga. Necesitamos crear conciencia común de que vamos por el peor de los caminos, si es que se pretende alcanzar algún futuro viable.

Entiendo que alguien esboce una amable sonrisa leyendo estas sencillas palabras  escritas desde un sentimiento profundo. Habrá quien piense que, tras ellas, hay un idealismo condenado a no trascender. Está bien, puede que esté en lo cierto, pero yo me quedo muy reconciliado con mi conciencia sabiendo que he contribuido a denunciar una realidad que nos lleva directamente a la extinción. Aunque es posible que, para entonces, yo ya no esté viajando en este barco. Ni tú tampoco.  

Julio Castejón.

jueves, 20 de mayo de 2010

Bienvenido Mr. Marshall...


Como Alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación os la voy a dar…” Esta frase es una de las más populares de la historia del cine español. Perteneciente a la película del maestro Berlanga: “Bienvenido Mr. Marshall” (1953). El genial actor Pepe Isbert, la pronuncia como alcalde desde el balcón del ayuntamiento ante sus vecinos. Aquellas imágenes retrataban perfectamente la vida de miles de pueblos, todos casi idénticos, de aquella deprimida España en blanco y negro. Villar del Rio, nombre del pueblo en la ficción, no era otro que Guadalix de la Sierra, y desde aquel mismo balcón, de la misma fachada, del mismo ayuntamiento (que aún hoy se conserva) hace sólo un par de años, el que escribe tuvo el honor de ser invitado para dar el pregón de fiestas; cosa que era la primera vez que alguien me pedía que hiciera, y accedí con la condición de darlo en verso. Pues bien, si me fuera posible convocar a todos los amigos de Asfalto en una plaza pública, y tuviera un balcón desde el que dirigirme, yo también empezaría por una frase idéntica a la que empleó el guionista de la película.

El 19 de marzo pasado, hicimos el último concierto de cuantos habíamos planeado hacer en invierno. Sin que se tomara aquella fecha como la apertura de un periodo de vacaciones, sí que es cierto que se sentía en el ambiente la necesidad de hacer un paréntesis después de casi tres años de actividad ininterrumpida. No es que habláramos de ello, pero si es cierto de que probablemente el grupo lo estaba pidiendo a gritos. Está bien tener momentos de calma en los que reflexionar, tomar distancia, ver dónde estamos y decidir hacia dónde vamos. Y así ha sido que las noticias por nuestra parte se han diluido, y no entrábamos en el foro porque no había nada que contar, actividad que reseñar, en definitiva nada que decir.

Pues bien, ese tiempo de receso acabó. Hoy se cumplen dos meses y toca volver al tema. Este viernes nos reunimos todos para planificar y para ver cómo encaramos la nueva temporada, que, como habréis visto ya tiene fechas de conciertos (ver en la web); menos que el año pasado, pero aún se sumarán más.

Hay quien comenta en el foro que mereciéramos figurar en carteles importantes y visitar ciudades grandes. Cómo deciros que si no estamos en esos carteles es porque los organizadores no han querido contar con nosotros. Para estar en las programaciones de las ciudades importantes, se ha de tener mucha repercusión mediática ¿Alguno de vosotros ha visto imágenes de nuestro DVD por TV? ¿Ha escuchado nuestro disco en las grandes cadenas? Por supuesto que no.

Queridos amigos esto no es nuevo, Asfalto casi siempre sufrió el silencio de los grandes medios. También la discriminación de algunos sectores del rock que consideran lo que hacemos poco musculado como para portar muñequeras de cuero. Sin embargo resultábamos muy duros para el público pop y algo estridentes para millones de seguidores de música “ligera”, esa que suena pero que no se escucha. Y, tal vez, tampoco  fuimos lo suficientemente etiquetados intelectualmente como para que nuestra poesía se sentara al lado de la de los cantautores. En resumen: hemos tenido de unos y de otros, pero de ninguno. En tierra de nadie.

Y así, con esas hechuras, este grupo pudo sostener difícilmente el tipo durante años; y se murió de inanición en varias ocasiones; y cada resurrección lo fue porque yo volvía a darle vida, dejando en ello parte de la mía. La gloria nos cerró sus puertas una y otra vez con cada regreso, con cada nueva etapa. Es por eso que seguimos en el “underground”, dónde siempre hemos estado, ¿A quién puede extrañarle? Es por ello que ahora recogemos frutos similares a los que ya obteníamos en otros tiempos, es decir: tocar para un público maravilloso pero que no crece, más bien se jubila.

De verdad creerme si os digo que cada vez que Asfalto hace un disco o da un concierto en directo, lo hace venciendo enormes dificultades. Sé de lo que hablo. Aún me sorprendo y me parece mágico que, cuando nos subimos al escenario, consigamos que toda la desdicha se transforme en algo sublime. Me conmueve que seamos capaces de construir tanta pasión compartida, es como un milagro que esto siga sucediendo después de tantos años de lucha.

Definitivamente ya no espero nada. Pero a veces tengo el sueño de que puedo morirme de viejo sobre un escenario. Sigo pensando que la mejor canción la tengo aún por componer, y esa es la fuerza que me lleva a escribir música, textos, en definitiva a expresar lo que siento; justo lo que estoy haciendo ahora mismo.

Me hubiera gustado mucho trasmitiros toneladas de ilusión, y deciros que todo es magnífico y que nos espera un futuro esplendoroso; pero no puedo a esta edad, ni engañarme a mí mismo, ni mentir a nadie: Asfalto no significa nada fuera de vuestros corazones, y del mío, y del de mis actuales compañeros a los que quiero, y a los que pido perdón por empujarles hacia una ilusión que es sólo una invitación a un viaje que probablemente nos lleve a ninguna parte.

Quiero terminar por dónde he empezado, “Como Alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación os la voy a dar…” Y ya os la he dado. Tiene razón el forero, no es mentira que estos ya casi tres años, los dos discos y los más de cincuenta conciertos que hemos hecho, hayan sido un sueño, porque es cierto: lo ha sido. Pero me da que todos lo hemos vivido bien despiertos; con lo cual, corremos el riesgo de que sigamos soñando… a no ser que nos quedemos dormidos. Os prometo que por mi parte voy a intentar seguir despierto.

Un abrazo a todos.

Julio Castejón.

http://www.youtube.com/watch#!v=A2l-CDgdKkY&feature=related

lunes, 15 de marzo de 2010

A Juan Márquez - Coz.


Respuesta a "Cerveza Solidaria" publicado en el foro oficial de www.coz.es

Querido amigo y compañero:

El devenir histórico nos situó a ambos como partícipes de un hecho incontestable: vivir en primera línea la llegada del rock a nuestro país. A ambos nos alcanzó de lleno la explosión de aquella fascinante primavera de la libertad de mediados de los 70’; a los dos nos marcó la vida todo lo que supuso vivir en primera persona tal experiencia. Sin duda eran días en que muchos de nosotros pensábamos que el mundo podría cambiar, por supuesto que a mejor. Desde nuestra visión entusiasta, de adolescencia prolongada, nos apuntamos a la revolución del pensamiento. Estábamos totalmente a favor de las nuevas ideas que, bajo aquella óptica, significaban “progreso” y que se nos antojaban prioritarias, pese a haber sido educados más en el sentido práctico por el que nuestros padres trataban de encauzarnos, valiéndose de su doctorado obligatorio en supervivencia. Vaticinando el batacazo, a mí también mi madre me invitaba a que me bajara de las nubes, para labrarme un futuro estable pie a tierra. Pero, nadie sabe, incluidos nosotros mismos, amigo Juan, ni por qué, ni por qué no, fuimos lo que fuimos, y no lo que se nos invitaba a ser.

Hubo un tiempo, muy corto, en el que llegamos a pensar que las cosas se podrían cambiar; que las nuevas ideas, impulsadas por la fuerza y la confianza que nos daba ser jóvenes, terminarían subvirtiendo el orden establecido. En el 68 hay quien se lo llegó a creer; la utopía se haría realidad, anunciaban. Pero justo en aquellas revueltas parisinas se constató la muerte de las ideas románticas que, desde San Francisco a Nueva York; desde París a Roma; desde Londres a Madrid, habían dejado intuir la posibilidad de experimentar con un modelo distinto; futuro imperfecto, sin duda. Por supuesto que aquel era un paquete de ideas difusas, un manual apenas esbozado, pero que traslucía la posibilidad de una nueva vía factible, que, para la mayor parte de nosotros, significaba una nueva forma de colocar al ser humano en coherencia con el recipiente que lo contiene: el mundo, la vida.

Y pasaron 20 años en los que crecimos pasando muy buenos ratos haciendo uso, y a veces abuso, de la recién estrenada libertad en las calles de nuestras ciudades; libertad vigilada y restringida por los que nunca la quisieron, por los que la temieron. Pero había estímulos más que suficientes para sentirnos bien subiéndonos a los escenarios y trasladar, a cientos de miles de jóvenes contemporáneos, un mensaje bienintencionado. Por supuesto que pronto comprendimos que no todos los jóvenes éramos uno, y por supuesto que nos dimos cuenta que el “Underground” (que cita Fran) sería la única vía por la que circularíamos (no es casualidad el nombre de Topo para nominar una banda referencia de la época). Porque, para que engañarse, el rock sólo vende ideas, posturas existenciales, sentimientos… y para de contar. ¿Quién iba a apostar por difundir nuestra música masivamente, cuando ya por entonces, el afán consumista, comenzaba a adueñarse de todos los ímpetus que había propiciado el cambio? Mejor el pop, más colorido, más optimista, más bailable, más… No sigo por respeto a algunos músicos que se tomaron el género tan en serio como nosotros el nuestro. No tengas duda, si le hubieras cambiado el título y el sentido a tu canción llamándola: “Las Chicas Son “Enteras””, jamás hubieras sonado en la radio fórmula. Aún hay quien piensa que “Capitán Trueno” sonó en las emisoras comerciales por ser una oda simplista, cuando en su esencia afirmaba que “el mundo está al revés…” que subliminalmente sugería un necesario cambio radical. Así es la tela que se cortaba, y aún se corta, en esta sastrería hispánica, donde cualquier traje es pertinente hacerlo a la medida del país real que somos: una sociedad analfabeta, desinformada y manipulada; esto no es de ahora, ya nos costó el desastre del 36’ y los años en gris oscuro que le precedieron.

Cuarenta años después del inicio de nuestra década prodigiosa, la de los 70’, por supuesto, nos quedan muchos recuerdos y una voluntad de seguir haciendo música a como dé lugar. Somos los perdedores de esta batalla por ser feliz que se nos propuso en los tiempos en los que nos creíamos con el control de nuestras vidas. Es lógico que hayamos quedado recluidos en esa especie de claustro de olvido, sólo rescatados, en forma pintoresca, para mostrarnos a los nuevos jóvenes de hoy como ejemplo de cuán simpáticos éramos los alegres chicos pioneros del rock’n’roll nacional. Es por eso, y sólo por eso, y tú lo sabes, que nos llevan de vez en cuando a televisión. No lo harán jamás para mostrar los toques intelectuales y el saber hacer de una música equiparable, sin rubor, a la de los más grandes del género, ellos sí, santificados aquí sólo por ser foráneos. Ni hablar tampoco de pedir para nosotros un aplauso por la larga trayectoria, qué locura, para nada; no es de extrañar ya que, en esta necia sociedad a la que pertenecemos, la veteranía hoy es un degrado, salvo que ya sea tanta que rebose notoriedad y llegue a los informativos; parece que me estoy viendo en un noticiero, ojala que sí: “Julio Castejón cumple 80 años con la guitarra a cuestas, ya le ha echado perseverancia este tipo…” Entonces llamarán de todos los medios para pedir biografías y datos para dejar bien redactado, con antelación suficiente, el documental de la noticia de mi deceso. Dejaré en testamento dicho que les demanden por hacer uso público de mi decrepitud y óbito. A esa cena sólo invito a mis amigos.

Querido y respetado Juan Márquez, desde mi amistad y afecto te digo que nos queda en el haber de esta larga cuenta, sólo la pureza de ese vínculo que en su día establecimos con la música, aquel que hace inexplicable un instante de emoción sobre un escenario, observar la mirada húmeda de aquellos que desde las primeras filas son capaces de conmoverse con lo que hacemos. Aceptemos que nuestro reino no es de este mundo de bambalinas de celofán que se ha construido bajo el mandato de los que piensan que tanto vendes, tanto vales. No debiera preocuparnos que muchos jóvenes nos ignoren, de verdad que muchos de ellos son mucho más viejos que nosotros, observa que la mayoría nos adelantan a menudo por la derecha. Tampoco pidamos al Poder reconocimiento, porque, eso mismo, nosotros tampoco se lo otorgamos a él. Y eso sí, a pesar de los pesares, y las dificultades sobrevenidas, sigamos mostrándonos para que la historia, empeñada en borrarnos, no lo consiga; así será mientras haya alguien que, al bajar del escenario, te pida con el corazón en la mano que te vuelvas a subir.

Me duelen los músicos que no pueden seguir siéndolo, y los que no llegarán nunca a serlo. Me duele que esta profesión, de seguir por estos pasos, termine convirtiéndose en poco más que una simple afición de unos pocos, o unos muchos, pero nunca un modus vivendi tan digno como cualquier otro, al que se accede tras años y años de estudio y práctica. Aún así, no pienso pedir limosna para ninguno de ellos, porque no creo que sea limosna lo que se deba solicitar, sino reconocimiento; y para ello, me tienes en la calle a tu lado, bien tras una pancarta que anuncie que existimos, bien sobre un escenario mostrando nuestra postura, bien en el despacho de la Ministra de Cultura a la que decirle que somos, justo eso: CULTURA, tan con mayúsculas como lo sea cualquier otra.

La cerveza nos la tomamos dónde quieras. Como siempre ha sido.
Un abrazo,
Julio Castejón.

lunes, 15 de febrero de 2010

La Bioquímica y el Amor

Escribir sobre el amor un catorce de febrero es como hacerle una loa al Danubio a propósito de que se visita Viena. Pero es cierto que la fecha de hoy me lo pone a huevo. ¿Cómo sustraerse? Por todos los lados te recuerdan que hoy es San Valentín, patrón (¿jefe…?) de los enamorados. Mientras apuro el café del desayuno entro a darle una reflexión a eso de estar “enamorado” y me meto en un cacao mental que me enreda las neuronas. Y por eso, y sólo por eso, me apetece ponerme a escribir unas líneas; y lo hago con el propósito de así obligarme a poner alguna coherencia dentro del torbellino de ideas que me suscita el concepto de amor en pareja.


Espero no ofender a quién esté enamorado, y menos aún a quién lo haya dejado de estar, pero al final la ciencia desaloja la parte mágica y espiritual que siempre se le concedió al hecho de estar enamorado. Ahora resulta que nos dicen que andan por medio la serotonina, la dopamina y no sé cuantas “minas” más; los argentinos esto ya lo sabían, de ahí aquello de: nada mejor que tener una buena “mina”, arriba o abajo, como guste ella. En fin que parece evidente que somos física, química y nada más… Lo cierto es que ahora nos cuentan que eso del “fall in love” no es más que una borrachera producida por un coctel en el que intervienen elementos intrínsecamente muy poco románticos; vaya que viene a ser como un atracón de jugo de hormonas, que ahora, nos dicen, son quienes estimulan y activan el deseo de tener una experiencia en pareja. Y poco más. ¿Y para esto tanta literatura? Visto así, menudo exceso aquello de dar la vida por amor ¿No? Si ya decía yo que lo de Romeo y Julieta era desmedido, exagerado e irracional; vamos, cosa de locos. Por estos lares nunca estuvo bien visto que el amor se tomara en forma tan tremenda, de ahí que se dijera que los amantes de Teruel eran tonta ella y tonto él.


De seguir por este camino, la ciencia encontrará explicaciones para todos y cada uno de los comportamientos emocionales, tiempo al tiempo. Terminará por demostrarse que los sentimientos de odio e inquina están justificados por vete a saber qué perversa composición de la fórmula cromo somática del individuo; que la bondad es, por el contrario, una manifestación de que se es poseedor de esta o aquella facilidad para producir determinada sustancia bioquímica. Y así todo. El día que se acepte manipular el diseño genético, podremos tener hijos con el temperamento a la carta: póngamelo usted simpático y afable, o mejor hágamelo sensible y cortés, no por favor no lo queremos con tendencias suicidas, con lo que cuesta hacer que se hagan grandes para que luego se “despachen” ellos mismos a la primera contrariedad. En fin amigos, que se nos derrumba el edificio que hemos construido creyéndonos criaturas alejadas de los instintos; esos que gobiernan la existencia del resto de las especies animales; con las que precisamente compartimos el mundo conocido y muchos rasgos de ADN que nos son comunes.


A no mucho tardar llegará el día en que la ciencia y la tecnología nos demostrará que somos más bien poco; para cuando lo hagan, no sé, ni me quiero imaginar, cómo estará estructurada la vida. Imagino que para entonces, el acceso a las relaciones amorosas, se producirá pasando antes por la farmacia para cada cual proveerse de sustancias, hormonas sintéticas, que activen la función de los neurotransmisores a través de los cuales se canalizan las sensaciones de placer emocional.
— Cariño, ya no me quieres pero no puedo olvidarte—.
—Tranquilo mi amor, tengo unas píldoras que estimulan la capacidad de olvido, yo ya las he tomado—.


¡Uf…! Qué mal. No sé si me apetece que la ciencia nos lleve por este lado. Prefiero sentir sin que nadie me esplique por qué siento. Prefiero morir de amor creyendo que de verdad muero. Prefiero creer que la ternura que entrego y recibo me salva la vida cada mañana al despertar. Prefiero mil veces sentir a través del amor que soy el principio y el fin de la Creación; a que soy simplemente el afortunado poseedor de una fórmula cromo somática que, para mi bien, gobierna estas cosas.


A lo mejor vuelvo a escribir otra “ñoña” canción de amor. Y si lo hago, te la voy a dedicar a ti... si es eso lo que estás deseando que haga.

sábado, 30 de enero de 2010

Respuesta a Pablo

Amigo Pablo:

En primer lugar gracias por tus palabras de afecto hacía nuestra música. También gracias por visitar mi blog y por animarte a debatir y a expresarte a través de él. Para eso está.

Nadie creo que le guarde rencor alguno a Thomas Edison por haber inventado el sistema de grabación que dio origen al entrañable giradiscos: artilugio que permitió que la música pudiera ser escuchada y difundida sin la presencia física del intérprete. Si no fuera por ello, jamás la música hubiera entrado en las vidas de tanta y tanta gente, no al menos tal y como lo ha hecho en los últimos cien años.

No creo que sea ese el debate que te provoca y tampoco yo creo haberme pronunciado jamás en contra de la reproducción de música “enlatada”, ni en ese artículo que citas ni en ningún otro. Nunca me he situado al margen de la evolución tecnológica y de las tendencias que ello conlleva; puedo asegurarte que me interesa tanto la vida que, en esto como en todo, trato de observar lo que sucede y con ello vislumbrar hacia dónde vamos. Yo celebro que la tecnología haya domesticado mucho los procedimientos y permita acceder a tantas cosas positivas, entre ellas: la comunicación y el intercambio de pareceres y experiencias. En el paisaje social actual, gratamente se manifiestan como factibles maravillosos accesos a la información global, impensados sólo hace un par de décadas. El conocimiento nos hace más libres y me sitúo cómodo asumiendo los nuevos hábitos, alejado cada día más de los de otros tiempos.

Si el debate viene por el lado de los derechos sobre la explotación de obras protegidas bajo el concepto de propiedad intelectual, estoy de acuerdo contigo que existe una tremenda demagogia por una de las partes, y tal vez cierto inmovilismo por el otro lado. Lo cierto es que con todo este debate, quienes salen perdiendo son los creadores cuyo reconocimiento está entrando en deterioro entre amplios sectores de la opinión pública que está siendo manipulada —“interesadamente”—, por grupos empresariales que utilizan su enorme poder mediático para deformar la verdad influyendo sobre la opinión publicada; no nos olvidemos nunca que los principales sujetos a contribución del derecho autoral son grandes grupos editoriales y de comunicación, que nunca han visto de buen grado verse obligados por ley a tener que pagar el canon compensatorio por la utilización en su provecho de obras que son de la legítima propiedad de sus autores. Siempre les ha sabido mal tener que pagar; cosa que, por el contrario, nunca le sucedió al consumidor final que sin rechistar pagamos cuando compramos un soporte —o cuando descargamos “legalmente” un fichero—. Y sí, efectivamente, debiéramos revisar cuantías y modos recaudatorios, en eso estoy contigo; pero jamás debiera ponerse en duda que la propiedad intangible es tan propiedad como lo pueda ser cualquier otra y merece ser protegida y respetada.

Por supuesto que potenciar los conciertos favorece que la música siga haciéndose ¿Quién dice lo contrario? Otra cosa es que el hábito por escuchar música en directo tenga el suficiente entusiasmo entre la gente, no digamos ya pagando una entrada; pregúntale a la mayor parte de los grupos que empiezan, te van a responder que si llegan a tocar, —la mayor parte de los casos mendigando un sitio dónde hacerlo—, lo hacen para sus amigos y poco más. Eso es así y difícilmente va a cambiar de hoy para mañana porque las causas del desinterés están en la escasa relación que la mayor parte de nuestros conciudadanos tienen con la cultura en general. El sistema educativo español no ha cuidado suficientemente estimular el aprecio por el concomimiento de las humanidades; lo mismo y por añadido el de fomentar el interés por las manifestaciones culturales. Esto es patente entre nuestros jóvenes, y es duro lo que digo pero tengo la sensación de que en esta materia, vamos más bien para atrás.

Por tanto, no le hagamos culpable de la situación de apatía general a los creadores, porque no es cierto que ellos lo sean; ni tampoco culpemos de todo a los diferentes gobiernos de turno, porque hace cuarenta años había lo que había y, a pesar de ello, el interés por la música se extendía entre la mayor parte de los jóvenes. De buscar un culpable debemos mirar, en todo caso, al modelo social en el que nos encontramos inmersos; sin duda un modelo que termina por secuestrar la atención y el tiempo de los individuos al hacerlos cautivos del afán consumista que los subyuga.