lunes, 11 de octubre de 2010

Fiesta Americana en Madrid


Hoy se han llenado las calles de Madrid celebrando la fiesta de América. Dicen que más de 500.000 personas andaban por ahí, no sé cómo se apañan para contarlos si no se están quietos. Sorprende mucho observar el gran colorido que despliegan y que tanto favorece al ocre de un Madrid otoñal.  La verdad es que a la inmensa mayor parte de ellos ya se les puede considerar gente de aquí, paisanos que por un día nos recuerdan sus orígenes y su sentimiento nacional, o el de sus padres. Pero el lunes cada mochuelo volará hasta su olivo, sin problemas gracias a la enorme integración que tienen dentro de esta sociedad que, una vez pasado el susto de la invasión, los considera igual que otro vecino más. Llegaron en busca de una vida mejor y, a pesar de las dificultades por las que atraviesa la economía española, la mayor parte de ellos dice haber encontrado acomodo entre nosotros. Por eso, aunque ahora vengan mal dadas, no nos dejan, se siguen quedando. Afortunadamente. 

Este año no he estado en la fiesta, pero reconozco que lo hice muy a propósito hace como un par de años. Para mí, que me declaro conocedor y enganchado a la América que se da de entre El Paso y la Patagonia, es un gusto observar a tanta gente, de tan distintas procedencias, cuyo origen y parentesco con los que hoy les acogen, nosotros, está escrito en la historia con una tinta que es mezcla de admiración y de odio. No se olvide lo que supuso la presencia española en el continente americano durante casi cuatro siglos. 

Lo cierto es que esa España que un día fuera causa de muchos sufrimientos para el pueblo indígena, hoy adquiere en dimensión conciliadora un papel aglutinador de todo lo latinoamericano. Y yo me siento orgulloso de que así sea. Esta tarde, en esta ciudad se daba una imagen paradójica: la unión de ciudadanos originarios de todos los pueblos americanos, festejando el orgullo de serlo sobre el suelo de la potencia que les colonizó a sangre y fuego, esa "Madre Patria", como por allá no se hartan de decir, más bien madrastra. Para mí, y para todos los que creemos en la posibilidad de una ciudadanía universal, verbenas como esta no significan mucho, pero todo lo que resulte ser un gesto de hermandad entre pueblos, es motivo de esperanza. 

En los próximos años, la mayor parte de las repúblicas americanas celebrarán el bicentenario de su creación, es decir su independencia de España.  Me temo que es una celebración algo confusa, porque ¿Quién se independizó de quién? ¿Los indios de los españoles? ¿Los indios del poder criollo? ¿Los criollos de la metrópoli? Muchas preguntas a las que la historia ya ha dado respuesta. Pero está claro que nadie se hizo independiente de nadie, entre otras cosas porque los pueblos nunca dejaron de estar subyugados por el poder, un poder ejercido por el que podía y quería ejercerlo: los que poseían las tierras, la riqueza, los medios de producción... y las armas; todo ello con la aquiescencia del señor Obispo y del inquilino de la White House. Y los indios mientras tanto ¿qué? ¿Cazando con flechas? No señor, corridos a balazos por praderas, valles,  montañas y selvas.

Mis antepasados se quedaron aquí, supongo que ordeñando cabras y labrando la áspera tierra manchega, por tanto, hasta donde yo sé, ninguno se embarcó hacia el Nuevo Mundo cuando éste se descubrió. Quiero decir con ello que no me siento, vía ancestral, culpable de las aberraciones que nuestros antepasados cometieron. Y así me he visto obligado a aclararlo cuando, por el hecho de viajar con pasaporte español, alguien de resentimiento trasnochado me ha lanzado alguna diatriba anti-colonialista. 

Sea como sea, fuera como fuere, lo cierto es que no hay amor más grande que aquel que surge a partir del odio. ¿Será por eso que nos queremos tanto?