sábado, 28 de septiembre de 2013

Balada de Otoño


Va pasando la vida y pareciera que no me doy cuenta de ello. He ido acumulando experiencia pero a veces siento como que no sé nada, y de lo que conozco bien a menudo la rutina hace que me olvide.

Me he tenido que acostumbrar a la imagen que me devuelve el espejo para verme como soy visto, y no como me pienso. Aún así me mosqueo con ese señor mayor que se asoma por la mañana a mi lavabo cuando me estoy afeitando. No me gusta mi aspecto, todavía confío en mejorarlo, me digo, pese a que en el fondo sé que lo más probable es que empeore. Se quiebra la imagen que tengo de mi mismo cuando me veo en videos o en fotos ¿Cómo puede ser que haya tanta discordancia entre la apariencia que tengo y la que me creo tener? Y me dicen que es cuestión de tiempo aceptar la propia decrepitud. Y sí, terminaré aceptándolo, pero es que precisamente no es mucho el tiempo que tengo por delante, aunque el cartel de “META” nadie sabe al final de que curva de la vida se nos lo vamos a encontrar.

Pero no, que no sufro por ello. La propia imagen la tenemos todos idealizada en mente desde que adquirimos conciencia de ser, pero la real es la que es y, a veces, paradoja, sin gustarnos a nosotros mismos, sí que somos capaces de gustarle a otros. Siempre fue así, incluso hasta cuando nos sentíamos guapos; algo que, los que tal vez en algún momento lo hayamos sido, nunca dejamos de serlo del todo, pese a que no nos veamos así.

Cada vez me gusta más observar la mirada de la gente por encima de su forma perimetral. Es a través de los ojos desde donde se accede a la verdad interior de las personas y así sucede que, en esas miradas, se encuentran los matices que precisas para detectar el atractivo real de quien observas. Tras una mirada hay todo un capitulo inconfesable de intenciones, es cuestión de observarlo. Digo inconfesables porque la voz es perezosa y torpe para decir todo lo que el corazón quisiera expresar. Como al juego del mus, con la voz se puede mentir sobre las cartas con que se juega pero con los gestos no.

Pero si esta noche no tenemos a nadie a quien mirar a los ojos, al menos cerremos los nuestros, dejemos que una suave brisa nos acaricie y pensemos en todo aquello que alguna vez nos hizo bellos como los ángeles. Pensemos en el amor que hemos sido capaces de dar y recibir. Esa es la materia esencial con la que se construye el afecto, el propio y el que nuestras manos pudieron entregar. Hacer con ello un homenaje a los mejores días de vuestra vida en esta balada de otoño.