sábado, 19 de julio de 2014

Es Hora de Vivir


Las hormigas suben desde el suelo por el cable que alimenta mi ordenador. El pequeño jardín de casa es el espacio en que hemos decidido convivir; ellas no entran y yo, en agradecimiento, de vez en cuando, les dejo en el suelo algún residuo comestible que hacendosas se llevan a sus despensas de invierno, supongo.

He observado a las hormigas desde que las descubrí, siendo bien pequeño, en el patio comunitario de mi casa, cuando mi mirada quedaba muy próxima al suelo. Me sorprendió hace unas semanas que, Alan, el hijo de Paúl, mi nieto, con tan sólo ocho meses, hiciera lo mismo. ¿Será que los niños, sobre todo los curiosos de nacimiento, sintamos la inquietud de observar a esos pequeños seres; justo los que, en mayor número, pueblan este planeta?. Tal vez. Luego crecemos y, se ve que, al alejar nuestra vista del suelo, perdemos el interés por las pequeñas cosas.

No, definitivamente no es el ser humano ni tan elegido por los “dioses”, ni está tan posibilitado de alterar el orden que la naturaleza ha diseñado para sí misma. Que se nos quite de la cabeza. No somos el centro de la creación; si es que, con nuestra manifiesta estúpida vanidad, eso nos hemos llegado a creer. El desarrollo de nuestro cerebro, el que nos confiere atributos perversos como la capacidad de manipular determinados aspectos del equilibrio natural, es un mero accidente cósmico. Puede que en algún momento, la naturaleza rectifique y ponga las cosas en orden.

Volviendo a las hormigas, ellas sí se integran dentro del equilibrio natural. Lo vienen haciendo desde hace millones de generaciones. Observarlas me lleva a pensar en lo efímero de su existencia como individuos pero en la durabilidad de su presencia por siglos. Y en esas, pienso en nosotros, en el ser humano, en lo efímero y mezquino de nuestro paso por la vida; siempre enredados en la necia tendencia de querer alterar las reglas bajo las cuales, sólo puede sostenerse nuestra supervivencia como especie en el planeta.

En el plano individual, lo que somos, surge de quienes hemos sido, de cómo nos ven los demás y del rastro que hemos dejado al hacer el camino. Las chicas y chicos de mi generación, aquellos que vibrábamos en la misma frecuencia "modulada", vivimos apasionadamente el tiempo que nos tocó. Un tiempo lleno de estímulos que nos invitaba a medrar e intervenir para que las coas mudaran socialmente a mejor. Creíamos cambiar el mundo con la imaginación aprendiendo a ser profundos en cada conversación. Cada cual buscaba su nuevo horizonte más allá de la realidad que nos venía dada, pero la mayoría de nosotros terminó perdido en el camino; bien atacado de dudas o bien secuestrado por las responsabilidades adquiridas durante el viaje. Creíamos volar, cierto, a veces tan alto que el sol terminó fundiendo nuestra alas de cera, irremediablemente terminamos dando contra el suelo en un aterrizaje forzado y forzoso.

Aquellos jóvenes nos fuimos haciendo mayores, no podía ser de otra forma. Viéndonos comprometidos con las responsabilidades asumidas, cada cual las suyas, pero todas de naturaleza muy  parecida. Los días se nos fueron haciendo cada vez más cortos e iguales y un ayer cada vez se parecía más a un hoy, sin que se pudiera vislumbrar razón alguna para intuir que un mañana fuera a ser diferente.  Qué aburrimiento. En definitiva la vida tornó en una rutina demasiado gris. Cansados, nos fuimos aplastando en los sillones del conformismo.

Pero han pasado los años y, aquello que nos producía miedo, aquel temor a descarrilar, se ha diluido en nada. Y es que nada de lo que un día fue objeto deseado, hoy lo es. El joven, que jamás dejó de vivir en nosotros, ahora se subleva y nos viene a decir que aún estamos a tiempo de rectificar. Y sentimos que está en nuestra mano ser quienes realmente queremos ser, es cuestión de aprender a decir no a todo aquello que nos roba el oro y el tiempo… ¿Para observar hormigas?.

Por cierto, veo que no todas giran alrededor del hormiguero, alguna se atreve a recorrer distancias mayores.

miércoles, 16 de julio de 2014

Secuencia para un gran momento

Amor y desamor, un tema recurrente en miles de canciones, millones tal vez. Qué difícil me resulta sentirme motivado para escribir un texto alrededor de tan manoseados conceptos. Qué difícil me resulta encontrar palabras que pasen a través de ese filtro que antepongo para preservar un sentimiento tan humano como universal. Un sentimiento que nos importa tanto.

Toda canción tiene un detonante, ésta lo tuvo, pero pertenece a la esfera de lo privado, a una experiencia ajena que es propiedad de personajes próximos y muy queridos por mí. Como tantas otras veces, la vida de los otros me ha servido de referencia para estimular en mí un sentimiento emocional que, a su vez, trasladar a los demás a través de una música. Un sentimiento que nace a partir de un momento personal absolutamente íntimo: un piano, una melodía que surge, un papel sobre el que se va desgranando una historia tan ficticia como real a la vez. 

Las relaciones de pareja son por naturaleza asimétricas, pero si la asimetría es constante, el amor pude sobrevivir en el tiempo creando un engranaje que permite que la vida gire y avance para ambos. Lo malo es cuando los sentimientos que impulsan una relación se tornan divergentes. Entonces se va dibujando una asimetría incompatible con la naturaleza armónica de una vida satisfactoria en común.

El desamor está ahí, todos conocemos casos más o menos cercanos. Cuando surge, justo en ese momento, las parejas afectadas se ven envueltas por turbulencias en las que aflora lo peor de cada uno para al final, irremediablemente, acabar, no ya sólo con el amor, incluso con el afecto. En esta canción he intentado revertir ese hecho, tan común en las parejas rotas. En este tema cito a ambos protagonistas del drama a un encuentro generoso. Un acto no exento de dolor, pero necesario, para que, al menos, se pueda evitar que el desamor se lleve por delante el afecto. 

Es justo en ese instante en el que juntos, cual si se tratase de una película, protagonizan  la secuencia para un gran momento, ese acto final en el que sellan su afecto con un abrazo que preservará de por vida la imagen que cada cual se llevará del otro. No nos amaremos más, pero nos querremos por siempre…